Agustín es el secretario del ayuntamiento de
Miravete de la Sierra, en el Maestrazgo,
y de otros dos pueblos más de esta comarca. Los años de elecciones
suele recibir una llamada desde la Oficina del Censo Electoral. “Les
debe saltar la alarma al ver que la población ha crecido un 15 o un 20%.
Claro, en estos pueblos que no pasan de las 30 personas censadas,
cualquier cambio eventual de los empadronados ya da esa subida”,
explica.
Miravete de la Sierra se hizo famoso en toda España en 2008 gracias a
una campaña promovida por una agencia de publicidad en la que se
presentaba a este pueblo y a los doce vecinos que entonces vivían en él
durante todo el año como 'El pueblo en el que nunca pasa nada'. Desde
entonces
, la vida en este municipio ha cambiado para bien, aunque solo sea durante los meses de verano.
La campaña dio sus frutos y desde entonces Miravete consigue atraer a
un par de centenares de visitantes que aprovechan los distintos
servicios turísticos que se han creado en el pueblo. Sin embargo,
los datos de su padrón no alumbran demasiados cambios.
De aquel 2008 a 2013 Miravete perdió 12 personas censadas; en 2014
cambió la tendencia y aumentó en 5, pero ninguno de aquellos cinco
nuevos habitantes siguen ya en el pequeño municipio turolense.
“Suele ser gente oriunda del pueblo que se empadrona para gestionar
algunos servicios turísticos como el hostal o para realizar algunas
reformas que licita el Ayuntamiento, pero
al ser un trabajo eventual luego regresan a sus residencias habituales.
Para este año estamos buscando de nuevo a gente que se ocupe de estas
cosas”, señala, explicando con cierta ironía que la ventaja de tener tan
pocos habitantes -actualmente 34 empadronados- es que “
ya mucho más no se puede bajar”.
La historia de este pueblo, con l
a mayor parte de su población superando los 65 años, es la misma que la de otros
86 municipios aragoneses de menos de 100 habitantes que ya han entrado en lo que se denomina
un ciclo “demográficamente terminal”.
Así lo diagnosticó el último informe del Consejo Económico y Social de
Aragón. Esta situación no es sin embargo exclusiva de los pueblos más
pequeños, no en vano, en la Comunidad
existen 184 municipios (uno de cada cuatro) que entran en esta definición
-algunos de ellos incluso por encima de los 1.000 habitantes- pero es
en los de menor tamaño donde por su escasa población y su complicada
perspectiva a corto y medio plazo más palpable se hace el problema de la
despoblación.
Durante el final de la pasada década fueron varias las localidades
aragonesas que colocaron su nombre en el mapa de la lucha contra la
despoblación gracias a
multitudinarias convocatorias en las que ofrecían puestos de trabajo o viviendas a
aquellas familias dispuestas a trasladarse al medio rural. Sin embargo,
la llegada de la crisis les ha dejado sin su principal atractivo para
atraer nuevos pobladores: puestos de trabajo.
Castelnou, en Teruel, fue uno de estos pueblos. En 2010
este municipio de poco más de 100 habitantes llamó la atención de
propios y extraños al recibir más de 500 solicitudes para trabajar en
una nueva empresa de casas prefabricadas que se iba a instalar en la
zona. La central que se encuentra en su término municipal nutre vía
impuestos a un pequeño Ayuntamiento que puede ofrecer grandes ventajas a
cualquier empresa que se instale en la zona. Cuando la empresa se puso
en marcha, la llegada de familias de varias partes de Aragón y otras
provincias españolas elevó su censo en casi 50 personas, todo una
victoria para un pueblo de estas características. Sin embargo, como
explica su alcalde, José Miguel Esteruelas, “la empresa tuvo que cerrar a
raíz de la crisis”, lo que dejó en la calle a buena parte de las
familias que habían llegado y devolvió al pueblo a su decrecimiento
anterior.
El año pasado, según el padrón municipal, perdió 12 habitantes. “Alguna
familia se ha ido y ahora estamos trabajando en volver a traer empresas
al pueblo, algo que esperamos cerrar este año”, explica su regidor, que
no obstante sabe que su pueblo, gracias a la central, parte con un
punto de ventaja sobre otros municipios en idénticas condiciones.
Pero pese a todo, durante los últimos años, y en plena crisis económica, también se encuentran casos que invitan a pensar que
frenar la despoblación es posible.
El municipio de
Chiprana, situado en el comienzo del embalse de Mequinenza, ha aumentado su censo en casi un 50% desde 2010, p
asando de 276 habitantes a 514 según los últimos datos. El motivo en este caso ha sido la
llegada de población inmigrante a raíz de la expansión agrícola
que ha tenido la zona en los últimos años, lo que junto con la
explotación de algunas actividades en el 'Mar de Aragón' ha dotado de
vida al municipio. “Ha sido un crecimiento progresivo, de personas que
ya estaban viviendo en el pueblo y que se han integrado con normalidad, y
que en los últimos años se han empadronado”, explican desde el
Ayuntamiento del Bajo Aragón-Caspe.
Cuestión distinta es la que se está viviendo en algunos pueblos de la provincia de
Huesca o en la Sierra de Albarracín, donde en este caso
es la naturaleza, muchas veces ignorada durante décadas, la que parece que está comenzando a crear nuevos puestos de trabajo.
En Campo, en la Ribagorza, la instalación de una empresa dedicada a la
biomasa (Biomasa del Aneto) ha sido el último revulsivo de un pueblo que
hasta hace muy poco -en 2012- contaba con solo 330 habitantes. Ahora,
apenas tres años más tarde, su padrón registra 459 vecinos. Un camino
que se ha conseguido gracias a la implantación de nuevas iniciativas y
que también se está intentado seguir en Albarracín, donde se está
mirando a un oficio del siglo pasado para conseguir nuevas opciones
laborales.
Los municipios de
Albarracín, Bezas, Tormón y Rubiales llevan desde el año 2013 envueltos en un proyecto piloto coordinado por el Gobierno de Aragón que busca saber si sería rentable volver a
extraer resina de los pinos, actividad que ya se ha recuperado desde hace unos años en otras provincias, como Segovia.
Tras realizar las primeras pruebas sobre su viabilidad durante el pasado año, las primeras conclusiones apuntan a que
este regreso a oficios del pasado podría llevarse a cabo,
según valoró hace solo unos días el propio Gobierno de Aragón. La
vuelta a la resinación no daría demasiados puestos de trabajo, pero en
núcleos en los que la población activa es tan reducida, esta actividad
podría ser positiva, cuanto menos, para complementar el trabajo de los
más jóvenes en el territorio.