Llegaron en grandes números y al calor del maná del ladrillo en los
tiempos de bonanza económica. La población inmigrante creció en España
en más de cinco millones la pasada década y transformó el rostro del
país en muy poco tiempo. El desembarco despertó cierta preocupación a un
posible estallido xenófobo como los que ocurrían en otros países
europeos o a que nacieran partidos políticos dispuestos a rentabilizar
el miedo al diferente. Pero no sucedió. Después, a partir de 2008 llegó
la crisis financiera y el hundimiento de la economía española. Sin
trabajo, cientos de miles de inmigrantes decidieron volver a sus
naciones. Muchos otros se han quedado en un país con tasas de desempleo
sangrantes y una feroz competencia por magras ayudas y las escasas
ofertas de trabajo. En otros Estados este sería el caldo de cultivo
perfecto para que los movimientos xenófobos y los partidos
antiinmigración asomaran la cabeza. En España no.
España es una rareza en un contexto europeo en el que los discursos xenófobos ganan elecciones
España es una rareza en un contexto europeo en el que los discursos
xenófobos ganan elecciones y fuerzan a los partidos tradicionales a
asumir su retórica antiinmigración. Francia, Reino Unido, Alemania,
Holanda, Austria, Bélgica; cada gran país de la UE tiene su gran partido
antiinmigración. Politólogos y sociólogos ofrecen algunas de las
razones que ayudan a comprender porqué España es diferente:
Para empezar, explican, buena parte de los inmigrantes que llegaron a España en los años del boom
de la construcción lo hicieron para trabajar, en pleno ciclo económico
expansivo y en un momento en el que hacían falta brazos y piernas en los
andamios. Se les recibió bien, porque ayudaban a inflar una burbuja,
que luego terminó por estallar. Buena parte de ellos además, eran, a
diferencia de los inmigrantes que llegaron a otros países europeos,
latinoamericanos o rumanos, con códigos culturales y religiosos comunes
los españoles.
Otro razón fundamental se refiere a la obvia empatía española con el
fenómeno migratorio. Probablemente, ponerse en la piel del inmigrante es
para un español un proceso tal vez más natural que para un alemán o un
finlandés. España ha sido en su historia reciente un país de emigración
masiva y en la postcrisis vuelve a serlo. La posguerra llenó trenes de
trabajadores que emigraron a Alemania o a Suiza con la maleta de cartón
debajo del brazo. Aquellos emigrantes están ahora jubilados, pero muchos
de sus hijos se ven obligados a buscar trabajo fuera de su país como lo
hicieron sus padres o sus tíos.
Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia
apunta también al turismo, uno de los pilares de la economía española
como explicación. “A un país que recibe 65 millones de turistas al año
no le queda más remedio que ser abierto. En parte por eso, esta es una
sociedad abierta y diversa”.
Buena parte de los que llegaron con el boom del
ladrillo eran latinoamericanos o rumanos, con códigos culturales y
religiosos comunes los españoles
Pero Ibarra hace sobre todo hincapié en las políticas de integración,
que piensa que en España, pese a sus errores y carencias, han sido más
acertadas que en otros países. “No hemos caído en el asimilacionismo
francés ni en el modelo comunitarista británico, donde cada comunidad
vive en un mundo aparte. En España hemos tendido a la multiculturalidad.
La gente vive mezclada, ha habido muchos matrimonios mixtos y eso ha
sido bueno”. La buena salud de la convivencia quedó demostrada por
ejemplo tras los atentados yihadistas en Madrid el 11 de marzo de 2004
en los que murieron casi 200 personas. Los autores fueron
mayoritariamente marroquíes residentes en España. Al contrario de lo que
se pronosticó entonces, no se produjeron grandes ataques racistas tras
los atentados.
José Ignacio Torreblanca, al frente del The European Council on Foreign Relations (ECFR)
en Madrid coincide en que el caso español es excepcional porque aquí,
al contrario que en países como Francia o Suecia no ha habido grandes
problemas de integración. “En España no hay ni el descontento con la
inmigración (el caldo de cultivo), ni los incentivos electorales que hay
en otros países".
La gente vive mezclada, ha habido muchos matrimonios mixtos y eso ha sido bueno”
Esteban Ibarra, Movimiento contra la Intolerancia
Torreblanca detalla porqué el sistema electoral es poco propicio para
el surgimiento de este tipo de partidos. “En España hay actitudes
antiinmigración, pero los partidos no compiten para representar a esas
fuerzas. Un partido antiinmigración lo tendría muy difícil
electoralmente. Esto puede deberse a la configuración de la derecha
española, agrupada en un partido, y al sistema electoral, que penaliza
mucho a los nuevos. En los países con sistemas electorales
proporcionales es más fácil que surjan estos partidos”. Torreblanca cita
el caso de Vox, el partido que nació hace un par de años con intención
de hacer sombra a la derecha del Partido Popular, pero que no logró
obtener ni un escaño en las pasadas elecciones europeas. La aparición de
dos partidos emergentes en el panorama político español complica aún
más las cosas al populismo antiinmigración. Podemos, a la izquierda y
Ciudadanos, en el centro-derecha han acaparado a buena parte de los
votantes desencantados con los partidos tradicionales y que en otros
países se decantan por fuerzas extremistas.
En España hay actitudes antiinmigración, pero los partidos no compiten para representar a esas fuerzas"
José Ignacio Torreblanca
Lo sabe bien Rafael Ripoll, concejal en Alacalá de Henares de España 2000,
un partido antiinmigración, que aspira a convertirse en el Frente
Nacional francés en España, pero que está a años luz. “La actualidad
está dominada por Podemos y Ciudadanos. La cuestión de “los españoles
primero [prioridad a al hora de recibir cualquier ayuda frente a los
inmigrantes] ha quedado totalmente relegada”, reconoce Ripoll, quien
ofrece su particular interpretación del porqué partidos como el suyo no
acaban de prender en España. “El español medio no es consciente de que
[los inmigrantes] nos están arrebatando nuestros derechos
constitucionales. Tal vez sea por nuestro carácter o tal vez sea neustra
historia reciente”.
Ripoll alude a una razón que probablemente preside todas las demás y
la vacuna que supone la memoria de la reciente dictadura franquista, al
menos entre los menos jóvenes, contra el ascenso de grupos de
ultraderecha. Pero ninguna vacuna es eterna, advierten los que observan
de cerca la sociedad española. En los estertores de la crisis, cuando la
lucha por los escasos subsidios y puestos de trabajo se agudiza, cuando
parece que lo peor ha quedado atrás, es probablemente cuando el milagro
español se vuelve más frágil.