Camara Bangaly, de 22 años, llegó a Melilla a finales del mes pasado. Procede de Guinea Conakry y junto a otros seis inmigrantes
desembarcó en la ciudad autónoma después de pasar dos horas y media en
una patera, de madrugada, desde la costa de Marruecos. Escapa del
hambre, de la pobreza y del virus del ébola que asuelan su país. Allí
dejó a su familia, interrumpió sus estudios de Ciencias Políticas y
marchó en busca de una nueva vida "independiente". Él es uno de los 107
subsaharianos que habita en el Centro de Estancia Temporal de
Inmigrantes (CETI), de un total de 1.547 residentes. Según fuentes
policiales, en septiembre solo el 7% de los usuarios del centro eran
subsaharianos, un 43% menos que en el mismo mes del año pasado, debido a
una mayor presión de las autoridades marroquíes en la frontera y a la
ingente afluencia de refugiados sirios que huyen de la guerra.
Hace un año, la mitad de los residentes del CETI tenía procedencia
subsahariana, ahora la población predominante es la siria. La presión de
la policía marroquí en la frontera, que levantó una nueva valla de pura concertina
y desmanteló los asentamientos del monte Gurugú, ha dificultado la
entrada de inmigrantes del África subsahariana, como apuntan fuentes
policiales. El endurecimiento de las medidas del Gobierno del país
vecino, unido al drama de los refugiados sirios que huyen de la guerra y consiguen camuflarse entre los marroquíes con pasaporte falso, ha provocado el cambio del perfil de los inmigrantes en el centro de Melilla.
Camara Bangaly sí logró sortear los obstáculos de la policía marroquí. Salió de Guinea
Conakry hace dos años. Cruzó a Mali, se dirigió a Argelia y finalmente
llegó a Marruecos, donde vivió durante ocho meses. Tras algunos trabajos
y pedir dinero en la calle, consiguió ahorrar la cantidad suficiente
para costearse un hueco en una patera. Entró en Melilla en una barcaza
porque la valla "hace mucho daño", y admite que tras la frontera quedan
muchos como él que esperan repetir la hazaña, pero que cada vez
encuentran más trabas.
"El CETI se está convirtiendo en un CAR (Centro de Acogida de
Refugiados) de facto", manifiesta Antonio Zapata, abogado en Melilla y
miembro de la comisión de Extranjería del Consejo General de la
Abogacía. El jurista subraya el "drama humano" que viven los emigrados
del conflicto de guerra que azota Siria desde hace cuatro años, y señala
que los flujos migratorios de personas subsaharianas no se han
reducido, pero la presión policial marroquí dificulta su entrada en
Melilla. En 2014, 2.445 subsaharianos llegaron a la ciudad autónoma de
forma ilegal, mientras que este año solo 540 han logrado pisarla.
La reducción en el número de subsaharianos se aprecia a simple vista
en el CETI. Ahora es más complicado ver inmigrantes de esa procedencia
entre la multitud de sirios que no paran de acudir al centro. "Hace un
año y medio era todo lo contrario, miraras donde miraras te encontrabas
con un ciudadano subsahariano", comenta uno de los trabajadores del
recinto. El guineano Camara Bangaly cuenta que suelen dormir agrupados
por su origen, separados de los sirios. Debajo de la sombra del único
árbol que hay en las puertas del centro, Bangaly, que viste una camiseta
gris de Adidas, explica que son los vigilantes de la institución los
que les asignan los dormitorios y las camas.
La mayor presión policial marroquí ha hecho que la entrada de
subsaharianos se produzca ahora por goteo. Apenas se contabilizan saltos
a la valla y los inmigrantes utilizan medios como viajar escondidos en
el maletero de un vehículo o hasta en el salpicadero de un coche.
Fuentes policiales apuntan a que las mafias que ayudan a introducir
inmigrantes en España han desviado la atención de los subsaharianos y se
centran en facilitar documentación falsa a los sirios, que en "su
mayoría" tienen un mayor poder adquisitivo.
Camara Bangaly admite que, pese a la gran cantidad de residentes —el
triple de la capacidad del recinto—, en el CETI vive "mejor" que en su
país de origen. Imagina Barcelona o Almería como posibles destinos, y
subraya que quiere quedarse en España, a diferencia de los sirios, que
suelen preferir Alemania. Su sonrisa refleja sus esperanzas por salir de
Melilla.