Europa está tratando de absorber la inmensa oleada de inmigrantes, y las dificultades son cada vez más visibles.
Para empezar, sin haberlo planeado de antemano, los países europeos
han tenido que actuar con rapidez para resolver las necesidades más
urgentes como el del alojamiento, sobre todo teniendo en cuenta que
llega el invierno y va a ser imposible recurrir a opciones como las
tiendas de campaña.
La tarea es enorme. Sólo en 2015 han llegado más de un millón de
personas a Alemania, el destino preferido. Cada uno de los recién
llegados es un mundo, como sé por mi experiencia de trabajar con
refugiados del otro lado del Telón de Acero, a menudo con problemas
médicos o psicológicos, la preocupación por los familiares que se han
quedado atrás, la angustia y la incertidumbre de lo que les aguarda y un
montón de preguntas sobre un país nuevo y completamente desconocido.
En segundo lugar, los Estados miembros de la UE, sobre todo en Europa
central, están divididos sobre la cuestión. Varios países acusan a la
canciller alemana Angela Merkel (unos abiertamente, otros con
discreción) de haber desencadenado la oleada de inmigrantes con su
inesperado mensaje de bienvenida en septiembre, motivado por un impulso
humanitario de ayudar a unas personas claramente necesitadas. Una
portada del Times de Londres llegó a tener un titular que decía
"Los inmigrantes de Merkel". Mientras tanto, la actuación de la
canciller ha suscitado enérgicas discusiones dentro de su propio partido
político, la CDU, y su partido hermano en Baviera, la CSU.
A pesar de los llamamientos a la unidad de la UE y la solidaridad en
el "reparto de la carga", las disputas persisten. En las reuniones
mantenidas recientemente por el Congreso Judío Americano (AJC en sus
siglas en inglés) en Berlín y Bruselas, nos enteramos de que, de los
160.000 inmigrantes que la Comisión Europea iba a repartir entre
diversos Estados miembros, de acuerdo con un plan de cuotas
obligatorias, hasta el momento sólo se ha realojado a una mínima
proporción. La resistencia de algunos países -no todos- al
reasentamiento ha sido feroz. Insisten en que no se les consultó para
tomar la decisión inicial y en que, de todas formas, ya tienen
suficientes dificultades sociales y económicas sin necesidad de añadir
otra más.
En tercer lugar, no podemos dejar de lado el aspecto de la seguridad.
Sólo en 2015 han llegado más de un millón de personas a Alemania, el destino preferido de los refugiados
Los inmigrantes no han llegado dentro de un proceso ordenado,
iniciado en terceros países en los que rellenaron formularios para
solicitar el estatuto de refugiado, se sometieron a las preguntas de
unos funcionarios y, si superaron la prueba, se les envió a un país
preparado para acogerlos.
Por el contrario, el proceso ha sido caótico. Los inmigrantes, en su
inmensa mayoría jóvenes y varones y más numerosos que nunca, llegan a
las costas europeas después de unos viajes espantosos, con documentos
que pueden ser o no auténticos, o sin ningún tipo de papel. ¿Cómo pueden
los países de acogida discernir quién es quién en cada caso y comprobar
sus historias?
Por ejemplo, todo indica que un porcentaje de los que afirman ser
sirios no lo son en realidad, pero lo dicen porque los conductos
informales de información, a través de las redes sociales, han
transmitido la idea de que los sirios son los que más posibilidades
tienen de que les concedan el asilo en Europa.
Además, existe el miedo a que el ISIS y otros grupos estén
infiltrando terroristas en esta marea humana e incluso les proporcionen
documentos robados o falsificados, un miedo que se ha intensificado
después de los atentados del 13 de noviembre en París, que causaron la
muerte a 130 personas. Dos de los autores, al parecer, llegaron a Europa
mezclados con los grupos de inmigrantes que llegan a través de Grecia.
Está asimismo la preocupación de que, si la desilusión se abre paso
entre los recién llegados -porque la realidad no corresponde a sus
expectativas-, las células yihadistas traten de captarlos como combatientes extranjeros o agentes locales.
Muchos servicios de seguridad europeos están ya sobrepasados por las
dificultades de seguir la pista a miles de sospechosos, en particular a
quienes han regresado después de viajar a Siria e Irak y a sus
reclutadores.
En términos generales, hay poco personal para ejercer labores de
vigilancia las 24 horas del día, un intercambio insuficiente de
informaciones entre los países miembros de la UE, debates interminables y
nada concluyentes entre los defensores del derecho a la privacidad y la
protección de datos y quienes proponen medidas de seguridad más
invasivas; fuera de la UE, la financiación, a veces tolerada (por parte
de Arabia Saudí, por ejemplo) de los salafistas y otros extremistas
religiosos; y escasa cooperación con los servicios de inteligencia de
Turquía, la ruta que más utilizan los combatientes por la libertad que van y vienen de Europa a Irak y Siria.
Todo indica que un porcentaje de los que afirman ser sirios no lo son en realidad
Añadir nuevas prioridades de seguridad significará una carga inmensa para unos servicios europeos ya abrumados.
En cuarto lugar, la adaptación cultural de los recién llegados tiene cada vez más importancia.
Hasta ahora, muchos Estados miembros de la UE han tenido dificultades
para integrar las olas de inmigrantes de Oriente Próximo y el norte de
África. En el futuro tendrán que hacerlo mejor.
Aunque ha habido muchos casos extraordinarios de integración, también ha habido fracasos notables. Abundan los ejemplos.
Molenbeek en Bélgica, Malmoe en Suecia y varias banlieues de
París ilustran el fenómeno de las comunidades marginadas y abandonadas
que con demasiada frecuencia acaban siendo sociedades paralelas, ciclos
de altas tasas de abandono escolar, desempleo y violencia, y el
florecimiento de grupos religiosos extremistas. Por cierto, es
interesante destacar que muchos combatientes extranjeros son hijos de inmigrantes ya nacidos en Francia, Bélgica, Reino Unido, etcétera.
Además, los nuevos inmigrantes proceden de sociedades que en su
mayoría no son democráticas: Siria, Irak, Afganistán, Yemen, Eritrea,
entre otras. No suelen tener mucha experiencia de las normas de los
países occidentales en aspectos como la igualdad de género, la fe como
opción privada, la separación entre la religión y el Estado y el
pluralismo cargado de respeto, y quizá no les resulta fácil hacer la
transición.
Una delegación del AJC se reunió la semana pasada con refugiados
yazidíes en Alemania, y tuvo ocasión de oír no sólo relatos espantosos
de la persecución que habían sufrido en Irak sino también de las
dificultades padecidas en Europa a manos de otros inmigrantes que se
habían dejado arrastrar por sus prejuicios al tratar con esta comunidad
no musulmana que es tantas veces blanco de ataques.
Y los judíos europeos tal vez se pregunten si el antisemitismo en los
países de origen se trasladará con la inmigración y contribuirá a
aumentar la judeofobia.
Por último, no parece que el flujo migratorio vaya a tener fin, dada
la esperanza de millones de personas de huir de la guerra endémica, la
pobreza y la desesperación en Oriente Próximo y África, para no hablar
del deseo de los que ya han llegado de reunirse con los familiares que
se quedaron atrás.
Ese fenómeno ha provocado una reacción inquietante (el último ejemplo
es el de Francia) que alimenta a los movimientos populistas dispuestos a
asaltar el sistema político y el poder centralizado de la UE, poner en
duda la capacidad y la voluntad de Europa de controlar sus propias
fronteras y proponer programas nacionalistas y, en ocasiones,
radicalmente nativistas.
En definitiva, Europa, que ha logrado un nivel extraordinario de paz y
cooperación desde la posguerra, se ve sacudida ahora por la llegada
masiva de inmigrantes, la preocupación creciente por la seguridad,
disputas internas, movimientos de extrema derecha fortalecidos y dudas
sobre la capacidad de la UE de dar respuesta eficaz a unas cuestiones
que pueden definir el carácter y la cohesión de los países europeos en
los próximos años.
En otras palabras, lo que está en juego es muchísimo. Está por ver si
la UE y sus 28 Estados miembros van a superar la prueba de su crisis
más grave hasta la fecha. Como eurófilo que soy y partidario de la
cooperación transatlántica desde hace mucho tiempo, espero ardientemente
que lo consigan.
David Harris es director ejecutivo del Comité Judío Americano.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.