Nombre: Teresa Rosas
Fecha de nacimiento: 22/04/2009
Tipo: Testimonios escritos
Fuente: http://www.diariodelaltoaragon.es URL relacionado: http://www.diariodelaltoaragon.es/NoticiasDetalle.aspx?Id=317243
“Mi padre solía decir que en Mauthausen la vida de un hombre no valía más que una hormiga”. El altoaragonés Ricardo Ferrer se hace así eco del testimonio de su padre, Víctor, como deportado en ese campo de concentración donde el horror nazi se manifestó en su grado máximo. El relato de Ferrer tuvo como escenario el IES Pirámide de Huesca, donde se ha proyectado la realización de un viaje con cuatro de sus alumnas a Mauthausen con el objetivo final de profundizar en el conocimiento y difundir la realidad de esta ignominia.
HUESCA.- Después de mayo de 1940, la derrota de Francia hizo caer en manos alemanas numerosos republicanos que se habían refugiado en el país galo y que habían ayudado al ejército francés contra el alemán tomando parte de la Compañía de Trabajadores Extranjeros. El destino final de muchos de esos prisioneros fue el campo de concentración de Mauthausen, escenario del horror nazi entre los años 1938 y 1945.
Entre los deportados, estaba el altoaragonés, de Apiés, Víctor Ferrer Albás, cuyo hijo Ricardo tomó ayer la palabra en el IES Pirámide de Huesca para relatar la trágica experiencia de su padre como superviviente de las atrocidades que se cometieron en ese campo de concentración habilitado por los nazis en territorio austríaco.
Ricardo Ferrer se hizo ayer eco de la tragedia que le tocó vivir a su padre (ya fallecido) en un relato que pudieron escuchar -entre otros- cuatro alumnas del centro educativo que, acompañadas por una profesora, acudirán el próximo 3 de mayo a conocer sobre el terreno unas instalaciones en las que se procedió al exterminio de miles de personas.
“Uno se pregunta cómo una persona puede llegar a concebir asesinatos” como los que allí se cometieron, así como los martirios que se les infligía a los prisioneros. Así se lo cuestiona Ricardo Ferrer quien se remonta a su infancia para narrar la dolorosa experiencia de su padre y los avatares de su familia como exiliados de la Guerra Civil española.
Su progenitor tenía 35 años cuando él nació, también en Apiés. Fue en 1938. Se vieron obligados a refugiarse en Francia y a separarse poco tiempo después cuando mujeres y niños podían retornar a España.
Durante los años en los que Ricardo Ferrer y su familia permanecieron en la localidad altoaragonesa todo lo referido a su padre se encontraba sumido en la más absoluta clandestinidad por temor a represalias. Sólo años más tarde pudieron reencontrarse, en suelo francés, con un progenitor que sobrevivió a una de las mayores aberraciones de la humanidad: los campos nazis de concentración y exterminio.
Al llegar a Mauthausen, Víctor Ferrer, al igual que el resto de los deportados, perdió su identidad como persona y se convirtió en un uniforme con un número que debía de recitar en alemán. Hacinados en barracones, les enviaban a la cantera para realizar trabajos forzados “a subir piedras, comer poco, y al cabo de poco tiempo ya fueron muchos los que murieron”, relata Ricardo.
“Se dieron cuenta de que habían caído en un campo de exterminio porque se pasaban el tiempo pegándoles y los mataban”. En casos como el de su padre, “siendo personas que habían luchado contra Franco eran considerados como criminales de guerra y había que eliminarlos”.
En Mauthausen, afirma Ferrer como portavoz del testimonio de su padre, la enfermería suponía la antesala de la muerte. La alimentación se reducía aún más, “los médicos verdugos hacían experimentos con los deportados...”. La muerte estaba asociada al campo de concentración: “la presenciaban a todas las horas del día” y con ella convivieron hasta su liberación.
El campo fue liberado el 5 de mayo de 1945 “por el esfuerzo de la resistencia clandestina en la que van a destacar los republicanos catalanes y españoles, y por la llegada de la undécima División Acorazada del Ejército de los Estados Unidos”, apuntan en la información contenida en el proyecto del IES Pirámide.
Se calcula que el número aproximado de deportados a Mauthausen y a sus comandos fue de unos doscientos mil, de los cuales murieron unos 120.000.
Entre las mofas del ejército nazi estaba el preguntar a los prisioneros si alguien quería ir destinado a la cocina y a quien alzara la mano acabar con su vida, narra Ricardo. Un día determinado, su padre, agotado de la cantera, levantó su mano y corrió mejor suerte que otros. Le cambiaron de destino y fue la cocina, donde pudo sustraer “peladuras de patata” y otros ‘alimentos’, la que le salvó a él y a otros compañeros de una muerte segura.
“Mi padre me solía decir que (en Mauthausen) la vida de un hombre no valía más que (la de) una hormiga. Los verdugos mataban a la gente como querían: los enviaban a los perros, los mataban a palos..., para ellos era una forma de divertirse”, detalla Ferrer como prueba fehaciente de una ignominia que las víctimas se han afanado en dar a conocer al resto de la humanidad para evitar que vuelva a suceder. |